de Luigi Cherubini
Julio 2014
Re-elaboración dramática a partir de las creaciones de Eurípides, Séneca, Corneille, Anouihl y Hoffmann: María Jaunarena.
Dirección escénica y vestuario: María Jaunarena
Dirección musical: Hernán Schvartzman
Escenografía e iluminación: Gonzalo Córdova
PREMIO 2014 Asociación de Críticos Musicales de la Argentina (Mejor Producción Escénica de ópera de Teatros no oficiales).
La trascendencia de Eurípides, el “primer psicólogo”, es que puso en Medea la decisión racional de matar a sus hijos. Como si esto fuera poco, no hay un solo indicio en la obra original que pueda hacernos concluir que Medea esté enceguecida por una emoción violenta o esté loca. Y precisamente eso es lo intranquilizador. Es el misterio de esta decisión premeditada lo que le da riqueza y complejidad a esta heroína y lo que la ha mantenido incólume a través de veinticinco siglos. Princesa sin reino, madre pero guerrera, casada pero instruida, bárbara convertida en griega, Medea transita el camino de la dualidad, acorralada entre dos modelos excluyentes: el masculino y el femenino.
¿Qué sabían del mito de Medea aquellos espectadores que se sentaron a ver su primera representación teatral en el año 431 a. C. en Atenas? Seguramente que Medea había ayudado a Jasón en su conquista del vellocino de oro y que vueltos a Grecia Jasón la había abandonado por otra mujer. Como represalia, Medea había envenenado a esta mujer y a su padre, princesa y rey de Corinto respectivamente, y los habitantes de esta ciudad se habían vengado de Medea asesinando a sus hijos. Si bien el mito original tuvo también otros finales, aquellos espectadores ciertamente no tenían en mente que Medea hubiera matado a conciencia a sus hijos. La trascendencia de Eurípides, el “primer psicólogo”, es que puso en Medea la decisión racional de matarlos. Como si esto fuera poco, no hay un solo indicio que pueda hacernos concluir que Medea esté enceguecida por una emoción violenta o esté loca. Y precisamente eso es lo intranquilizador. Es el misterio de esta decisión premeditada lo que le da riqueza y complejidad a esta heroína y lo que la ha mantenido incólume a través de veinticinco siglos.
La primera y más clara sensación al leer esta tragedia es que Medea es, ante todo, y como lo señaló César Guelerman, una mujer estafada. Dejó su patria, traicionó a su padre y mató a su hermano por Jasón, se despojó de su pasado para avenirse al juego occidental. Creyó en la palabra de un griego, otorgándole a la palabra el valor que los griegos le otorgaban. Entonces, y como producto de una sociedad patriarcal, Medea es ante todo “una mujer rebelde, que se subleva y habla desde su propia condición de mujer, no desde los paradigmas encasillantes en que los hombres la han colocado”.
¿Y cuáles serían esos paradigmas? “Grande será vuestra gloria (…) si conseguís que vuestro nombre ande lo menos posible en boca de los hombres, ni para mal ni para bien” les dijo Pericles, la máxima autoridad de aquella polis, a las mujeres en su famosa oración fúnebre. Las mujeres en la Atenas clásica llevaban una vida sórdida: encerradas, a oscuras, sin educación ni derechos, sus condiciones de vida eran miserables, con los partos como una de las grandes causas de mortalidad. En este contexto, el matrimonio constituía uno de los poquísimos espacios (si no el único) de participación de la mujer en la vida pública. En la obra, la falta de Jasón es grave porque, como esposo, es el único vínculo de Medea con la comunidad. Al casarse con Dircé, Jasón degrada social y políticamente a Medea, que también es princesa, y se comporta como un bárbaro, librándola al desamparo. “Las aguas de los ríos sagrados corren hacia arriba, el justo orden de las cosas se ha roto” alerta el coro. Lo griego, ya no se comporta como tal.
Pero, ¿por qué Medea mata a sus hijos? “Para herirte”, le dice Medea a Jasón en uno de los últimos renglones de la tragedia. “Nacieron de ti”, en el libreto de esta ópera. Pero, además del deseo de vengarse, Medea tiene presente que Jasón ha roto un juramento ante los dioses y que esto ocasionará una muerte desgraciada a toda su descendencia. La culpa y el castigo por esa culpa tienen carácter hereditario en Grecia. De manera que, con la decisión de Jasón, los hijos de Medea ya están condenados a la desgracia. Y Medea también sabe que desde el momento en que ella mate a Dircé y a Creón, la venganza de los habitantes de Corinto recaerá sobre sus hijos. Entonces decide ir por todo: “no los dejaré morir en manos ajenas”. Así, y siguiendo a Andrés Racket, Medea rompe el círculo de venganza e imparte justicia ajusticiándose también a sí misma. Todo lo humano que podía haber en Medea desaparece, y como la representó Eurípides, asciende hacia un plano superior, en un deux ex machina conceptual y teatral.
Medea es concebida para ser representada en la Atenas democrática. Una ciudad que veneraba a Atenea, “la de los ojos grises” en palabras de Hesíodo. Quizá Eurípides alertó sobre los matices y las encrucijadas de una sociedad que también mostraba aristas desigualitarias, que alababa a una diosa de ojos teñidos de ambigüedad. No es casualidad, en definitiva, que Eurípides pusiera un coro de mujeres que asiste, reflexiona y socorre a Medea en todos los caminos por los que circulan sus decisiones. Princesa sin reino, madre pero guerrera, casada pero sabia, bárbara convertida en griega, Medea transita el camino de la dualidad, acorralada entre dos modelos excluyentes: el masculino y el femenino. En su decisión final, Medea con honor guerrero sacrifica a la madre que es y acuchilla a sus hijos, escogiendo el camino masculino. El camino femenino, veinticinco siglos después, conserva una naturaleza velada y oculta.