de Christoph Willibald Gluck
Agosto 2016
Dramaturgia y adaptación sobre textos órficos y otros escritos sobre el mito de Orfeo: María Jaunarena
Dirección escénica y vestuario: María Jaunarena
Dirección musical: Hernán Schvartzman
Escenografía e iluminación: Gonzalo Córdova
Orfeo es mucho más que una fábula pastoral. Así lo demuestran Eurípides, Platón, Aristóteles, Rainer Maria Rilke, Nietzsche, Monteverdi, Mozart y muchos otros más como Vinicius de Moraes y Jobim. Algunos de los textos incorporados en la dramaturgia que interviene en esta puesta en escena pretenden pincelar un mito cuya trascendencia excede largamente la fábula. Porque el mito sobrevive al paso del tiempo. La historia de Orfeo es la lucha desesperada por asir un recuerdo. Por eso Orfeo es un hombre en rebeldía. En rebeldía contra lo irreversible, lo estático lo definitivo que es el fin de la vida. Y el héroe que logra alterar el orden divino y desafiar a los dioses lo hace a través de la poesía y la música que, en palabras de Carlos García Gual, “vencen los más terribles limites de la inercia, la ferocidad y la muerte misma”.
ORFEO, UN HOMBRE EN REBELDÍA
El mito de Orfeo es mucho más que una mera fábula pastoral. La historia del músico que conmovió a las fieras y alteró el orden de la vida y la muerte, con la música como única arma, tuvo un impacto enorme en la historia occidental. Muchos contenidos mitológicos de la Grecia antigua (incluso prehomérica) se atribuían a un narrador, Orfeo, que luego de su viaje de vuelta del terreno de los muertos revelaba misterios a los que aún estaban vivos. Furioso con las innumerables citas a Orfeo como fórmula para otorgar credibilidad a leyendas de origen incierto, Platón puso en duda la existencia de Orfeo y también su éxito en la capacidad de recuperar a su esposa Eurídice. Según Platón, a Orfeo solo le fue dado un fantasma de la mujer en cuya búsqueda había partido al Tártaro. Porque nadie vuelve del mundo de los muertos, y menos un artista, que con el ejercicio de su arte engaña los sentidos.
No obstante, el hombre que pudo vencer a la muerte despertó fascinación durante siglos. En la propia Grecia, el orfismo fue un movimiento religioso. En términos literarios y filosóficos, el mito fue retomado por Aristóteles, Eurípides, Simónides, Apolonio de Rodas, Ovidio, Virgilio, Shakespeare, Rilke y Nietszche, entre muchos otros. En música, fue abordado desde Peri y Monteverdi, pasando por Mozart (que en La flauta mágica crea un Tamino que cuando toca la flauta -en lugar de la lira- encanta a los animales, y cuya prueba consiste en no hablar -en lugar de no mirar- a la mujer que ama) hasta Moraes y Jobim, quienes componen la banda sonora de la película Orfeo negro (Camus, 1958), cuya famosa “A felicidade” (Tristeza não tem fim…) catapultaría a la bossa-nova como movimiento. En la plástica, sus cualidades de buen pastor muestran incluso la transferencia de propiedades órficas al propio Cristo.
A través de los siglos la historia cíclicamente se repite, como un endemoniado eterno retorno, donde la muerte repentina no tiene consuelo, ni para los griegos ni para el hombre del siglo XXI. Donde lo absurdo del arrebato trágico interrumpe de manera irremediable el destino imaginado y nos deja sin palabras, o en todo caso, en nuestro infierno propio. Como lo sugiere Patricia Howard en su atrapante libro Orfeo (1981), hay sobradas pruebas en el libreto y la partitura de Gluck y Calzabigi de que la ópera es un viaje psicológico y de que la acción dramática sucede en la mente del protagonista, enajenado frente a la brutalidad de la pérdida de su esposa. Toda la ópera es un lamento. Y ese lamento organiza el cuento. En algún punto, Orfeo se siente culpable porque no estaba presente en el momento trágico.
El mito sobrevive al paso del tiempo. Hoy Orfeo podría ser un compositor e intérprete demasiado preocupado por su música y por sí mismo, que repentinamente pierde a su compañera. Entonces es acosado por el infierno de su soledad. Un músico exitoso cuya grandeza está ligada directamente a su miseria personal. El infierno de la ausencia. El infierno creativo. De alguna manera, Orfeo debe descender a su propio infierno para convertirse en un verdadero artista. Como consuelo, lo asiste el paraíso, pero solo en sueños, en sus recuerdos de la infancia y en su memoria con Eurídice.
La experiencia iniciática que proponía el orfismo consistía precisamente en tomar contacto con el elemento divino a través de la musa Mnemósine, la personificación de la memoria. Algunos de los textos incorporados en esta puesta en escena pertenecen a autores nombrados anteriormente. Otros fueron encontrados en piedras de ruinas de templos griegos, en los que la “sed” de conocimiento es una constante. Todos ellos pretenden pincelar un mito cuya trascendencia excede largamente la fábula. La historia de Orfeo es la lucha desesperada por asir un recuerdo. Por eso Orfeo es un hombre en rebeldía. En rebeldía contra lo irreversible, lo estático, lo definitivo que es el final de la vida. Y el héroe que logra alterar el orden divino y desafiar a los dioses lo hace a través de la poesía y la música que, en palabras de Carlos García Gual, “vencen los más terribles límites de la inercia, la ferocidad y la muerte misma”. En esa lucha, el rasgo que predomina en Orfeo es la transgresión. Orfeo transgrede el orden de la naturaleza. Pero ha de sufrir por ello, ya que morirá despedazado por las mujeres tracias. Algo, sin embargo, quedará de él: su cabeza nunca dejará de cantar y dará origen a una generación de poetas que, en palabras de Alberto Bernabé, volverán a arrostrar la aventura de la creación artística, que consiste en “no resignarse a la aceptación de la mediocridad y vulgaridad del ser humano, de su carácter efímero, sino afrontar los riesgos de la transgresión, del ascenso a niveles superiores, a esa suerte de inmortalidad a la que puede llegarse con el ejercicio de la música y la poesía”.
María Jaunarena
Adaptación y Puesta en escena
* “Me estoy muriendo de sed / Vamos bebe de la fuente inagotable, a la derecha, donde se yergue el ciprés / ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? / Soy hijo de la tierra y el cielo estrellado”, es un texto repetidamente encontrado en varias tablillas en la antigua Creta. Recopiladas por el filósofo Giorgio Colli, son inscripciones que intentan representar un diálogo entre la naturaleza humana del hombre y su alma o naturaleza divina.